Escultor

FEDERICO COULLAUT VALERA MENDIGUTIA

Nació en Madrid el 25 de abril de 1912. Hijo de Lorenzo Coullaut Valera y María Teresa Mendigutía. Discípulo desde los 12 años de su padre y maestro, que fue gran escultor y autor de numerosas obras en España y América hasta su fallecimiento en 1932. Con él comenzó a trabajar en su taller de la madrileña calle Conde de Peñalver, criándose entre escayola y barro, tallas y bronce. Hombre de mediana estatura, delgado, que jamás alzaba la voz, nació al arte con el sentido de lo monumental.

Federico Coullaut Valera huyó siempre de los primeros planos de la propaganda, de la vida social; trabajo, sencillez y modestia fueron virtudes fecundas para la tarea creadora del escultor.

A los diecinueve años, por fallecimiento de su padre, terminó el monumento madrileño a los Hermanos Álvarez Quintero, con la figura ecuestre del jinete andaluz, en bronce, de tamaño mayor del natural. Asimismo, ya posteriormente, completó el monumento a Miguel de Cervantes, en la Plaza de España de Madrid, que iniciara su maestro, con las figuras de las dos Dulcineas en piedra, de tres metros de altura, sentadas, y los grupos de Rinconete y Cortadillo, con 10 figuras de tres metros, y el de la Gitanilla, con seis figuras de mismo tamaño y material.

Consagrado ya como prometedor escultor, el 5 de febrero de 1940 contrae matrimonio en la iglesia Parroquial del Pilar con María Concepción Terroba-Ibars, fruto del cual nacen Federico, Beatriz y Lorenzo.

En 1968, el artista decide trasladarse al estudio taller de la Granja de San Ildefonso (Segovia) heredado de su padre. El viejo chalé de la calle Ayala, que fue su estudio durante mucho tiempo, era ya insuficiente para el montaje de sus obras a las medidas definitivas.

Y así, trabajando, viajando y recibiendo numerosos galardones, la muerte le sobrevino el 13 de octubre de 1989 a consecuencia de un proceso canceroso de colon.

Trabajador infatigable, autodidacta y profundamente creyente, se dedicó desde sus primeros pasos al tema religioso, con todas las cualidades y condiciones precisas para ser un buen imaginero, lo mismo que su padre Lorenzo. Cabe destacar entre su obra, la monumental, donde se aprecian como notas constantes el sentido narrativo, el estilo naturalista y la excitación histórica, con técnica minuciosa y cuidada.

Coullaut Valera, tiene un toque puro y bien contrastado de estilo figurativo y neoclásico, que aprendió de su padre y maestro. Nunca se aventuró a experimentalismos más o menos extravagantes, pues su preocupación iba más encaminada al estudio de la anatomía y las tensiones que produce el movimiento.